Lucian Freud: la mirada implacable




Entre los seres humanos es común que lo que llamamos "be­lleza fisica" sea una visión un tan­to idealizada y fugaz del rostro o el cuerpo. Los ejemplos más comunes de esa concepción los han aportado el cine de Ho­llywood y la propaganda comercial. Sin embargo, quien de verdad observa un ros­tro o un cuerpo desnudo durante un período de tiempo más o menos largo accede a un fenómeno estético diferente. La observa­ción atenta y continuada altera las catego­rías superficiales y anula los estereotipos. En esa experiencia de conocimiento el cuerpo hu­mano se muestra como lo que es, un com­plejo órgano de carne viviente con sus ve­nas rosadas y azuladas que se transparentan a través de la piel, protuberancias grasosas y brillantes levemente húmedas o carne en­juta pegada a los huesos.

Y es que la mirada, cuando permanece, se torna implacable. Así, en largas sesiones y durante largos meses, la mirada del Lucian Freud (Berlín, 1922) estudia, escruta y desbroza el aspecto exterior de sus modelos al tiempo que traspone en pastosas pinceladas de óleo el color inquieto de la carne. Sus retratos se ven tan desnudos como los cuerpos y están tan alejados de los cánones ideales de belleza como lo es la realidad vulgar que nos rodea. El artista continúa y desarrolla así una línea que pasa por Dure­ro, Caravaggio, Bruegel y Velázquez hasta llegar a Goya hacia fines del siglo XVIII. La figura de Carlos IV en el gran retrato fa­miliar pintado en 1800 ha dado siempre lu­gar a intensas especulaciones acerca de las intenciones satíricas de Goya. Pero lo que el pintor hizo fue pintar simplemente lo que veía, posando una mirada implacable sobre el rey de España.

Lo mismo hizo Lu­cian Freud cuando se le encomendó hace unos años el retrato de la reina Isabel. El resultado causó un revuelo tan grande que dividió a los críticos y a la opinión pública de toda la isla en dos bandos contrapuestos. El Daily Telegraph lo calificó de "extrema­damente poco halagador"; el jefe de los críticos de arte del Times salió en su defen­sa, pero en el mismo periódico Richard Morrison escribió que la reina se veía tan brutalmente fea que "Freud debería ser en­cerrado en la Torre por eso" (en referencia a la Torre de Londres, antigua prisión y cá­mara de torturas) y Robert Simon, editor del British Art Journal opinó que el cuadro hacía que ella se viera como "uno de los perritos corgis de la reina después de ha­ber sufrido un ataque cerebral ".
Queen Elizabeth II

BAJO EL AURA DE SIGMUND
Freud llegó a Inglaterra cuando su abuelo Sigmund Freud escapó del ascenso nazi con toda la familia en 1933. Los Freud se establecieron en Londres y Lucian arribó allí a la adoles­cencia en un ambiente fermental de clase media culta, rodeado de arte y de ideas avanzadas. Habiendo revelado desde niño dotes artísticas, fue estimulado por quienes lo rodeaban a dedicarse al arte. Al parecer, su famoso abuelo no habría tenido en esto un papel menor. Durante su adolescencia publicó algunos dibujos y pinturas en la re­vista Horizon. Estudió en varias escuelas de arte y egresó en 1943 del Goldsmiths Co­llege de la Universidad de Londres. Al año siguiente debutó con su primera muestra in­dividual en la Lefevre Gallery de esa ciu­dad. Su éxito se consolidó en 1954, cuando fue elegido para representar a Inglaterra en la Bienal de Venecia junto a otros dos artis­tas ingleses. Desde entonces la fama de Freud como uno de los pintores figurativos modernos más importantes sólo ha ido en aumento.


Se ha especulado de manera harto gra­tuita acerca de las supuestas conexiones subterráneas entre el arte de Lucian Freud y el estudio del inconsciente que nos legara el creador del psicoanálisis. Ha sido un lugar común en la crítica de arte arriesgar alguna hipótesis sobre la influencia del abuelo en la pintura del nieto y hasta hace unos años cualquier aprendiz de crítico desarrollaba su propia teoría sobre la cuestión. Parecía como que nadie podía evitar hacer boca con una fantasía intelectual tan atractiva. Y tan fácil. Incluso hoy en día hay críticos que comparan la posición en que yacen los mo­delos de Lucian Freud con la de los pacien­tes acostados en el diván del psicoanalista. Lo cierto es que el propio pintor se ha encargado de neutralizar tal conexión al decir que solamente pinta lo que ve y no lo que otros quieren que vea. La afirmación no sirve como prueba de una inexistente objetividad, pero confirma algo que es fácil advertir en sus pinturas: la singularidad de un camino tradicional. Si bien aquellos primeros dibujos y pinturas publicados en Horizon durante la guerra, ejecutados por un adolescente envuelto en el aura –entonces un tanto demoníaca- de su abuelo, alimentaron con su carga surrealista la paradoja circular del psicoanálisis descubriendo al surrealismo (así como el surrealismo en su momento había descubierto al psicoanálisis), Freud desechó muy pronto los atajos y las roturas revolucionarias de las vanguardias para embarcarse en la continuación del trabajo de los antiguos maestros de la pintura occidental.

EL RETRATO
Después de terminada la Segunda Guerra Mundial se inicia su gradual pero sostenida dedicación al retrato. La serie de retratos de Kitty, su primera esposa, va a marcar, desde el primero al último, una evolución decisiva. Girl with Roses (1947-48) y el inquietante Girl with a Ki­tten (1947) están aún envueltos de una amanerada rigidez renacentista, pero la última obra de esta serie, Girl with a White Dog (1951-52), representa un cambio importante. En esta obra clave aparecen ya algunos rasgos y tópicos con los que Freud trabajará en adelante. Arrebujada en una bata amarilla que deja ver uno de sus pechos, Kitty se encuentra sentada sobre un sofá con las piernas reco­gidas. La modelo está junto a una ventana y la luz lateral baña suavemente la escena. La piel de Kitty se muestra allí con un im­presionante realismo vital, su seno claro parece levantarse con la respiración. Y lo mismo podría decirse del suave pelambre blanco del perro que yace junto a ella con la cabeza descansando en su falda. Se trata de una pintura en donde Freud ha superado definitivamente el acartonamiento o la rigi­dez de sus representaciones humanas ante­riores y ha comenzado a investigar lo qu
e sería su futura obsesión: la carne humana.

Girl with a White Dog (1951-52)

Hotel Bedroom (1954) es parte de la se­rie sobre su segunda esposa, Caroline, y el primer cuadro en donde el pintor utiliza el procedimiento de montar una escena narra­tiva. A lo largo de su obra volverá una y otra vez a desplegar, de forma más o menos hermética, alguna especie de historia frente al espectador. Habitualmente tenderá luego a utilizar recursos simbólicos, pero también sorprenderá a su público con "narraciones" directas, cargadas de una potente sugeren­cia transgresora.

LA ESCUELA DE LONDRES
El término School of London no aludió nunca a un colectivo formal de artistas plásticos a la manera de los colectivos de las vanguardias sino a un grupo dispar de pintores residentes en Lon­dres, unidos por su dedicación a la figura­ción humana en un momento en que la misma había caído fuera de los cánones del arte moderno. Francis Bacon, Frank Auer­bach, Michael Andrews, Ron Kitaj, Leon Kossoff y Lucian Freud, entre otros, con­formaron una escuela solamente en el sen­tido de que sus miembros compartían la convicción de que todo podía ser dicho con la pintura. Piedras fundamentales de esa convicción eran para ellos los viejos maes­tros. La mayoría de los artistas contempo­ráneos han visto la Historia del Arte como un banco de imágenes y se han sentido más bien alejados de los artistas del pasado. Ese no fue el caso de los pintores de la School of London para quienes artistas como Rembrandt, Velázquez, Poussin y Van Gogh eran, además de héroes, compañeros de trabajo.


Estos pintores fueron profunda­mente marcados por una época de persecu­ciones políticas, étnicas y raciales, por una de­vastadora guerra mundial y por la miseria y el hambre que esa guerra trajo consigo. En­vueltos en la corriente existencialista que dominó la atmósfera cultural de los años duros posteriores a la guerra, su tiempo es­tuvo signado por una visión oscura del mundo que los llevó a trabajar con una pa­leta sombría y a desarrollar en sus cuadros una sensibilidad de lo lúgubre y lo misera­ble. Freud no fue ajeno a ello y las marcas de la sordidez se han instalado en sus cua­dros hasta el presente. Quien fue llamado por el mismo Herbert Read "El Ingres del existencialismo" nos muestra a menudo ambientes sucios y deteriorados, seres hu­manos de miradas vacías, carentes de alma, modelos desnudos que yacen en posiciones fetales sobre colchones rasgados donde asoma el relleno y escenas cargadas de simbolismo y alusiones sombrías.

LA INFLUENCIA DE BACON
En el desarrollo de todo artista que madura existe siempre un momento en el cual la veneración por el arte del pasado se convierte en una soga al cuello. Y el fino naturalismo renacentista alcanzado por Freud hacia fines de los 50' había metido al artista en un esteticismo ce­rrado. A juzgar por una conversación man­tenida con Lawrence Gowing, ya por el año 1956 había comenzado a sentir que sus figuras sufrían de una especie de confina­miento solitario y que necesitaban, de algu­na manera, ser liberadas en el flujo general de la pintura. Esta creciente conciencia de un camino cerrado y la influencia de una figura tan vital como la de Francis Bacon ca­talizaron los grandes cambios que durante un decenio atravesó su pintura. >leer

LA MADRE
Entre 1972 y 1977 Freud pinta la serie de retratos de su madre. El pin­tor siempre había estado muy cerca de Lu­cie Freud, a quien la muerte de su esposo en 1970 había afectado de forma grave, llevándola al extremo de intentar el suici­dio. El hijo quiso brindarle la distracción que ella necesitaba, de manera que duran­te cinco años fue cada mañana a buscarla en su coche a St lohn's Wood y la llevó a la confitería Sagné's en Marylebone High Street, donde desayunaban antes de ir a su estudio y mantener allí una sesión de pin­tura de unas cuatro horas. El resultado es conmovedor por la concentración de emo­ciones que encierran esos cuadros. Así como Rembrandt registró la dignidad y la piedad de su madre, Freud pintó la vulne­rabilidad de la suya y aquello que obstina­damente quedaba de la niña que había sido, pero también la irrefrenable disolu­ción del ser humano cuando el asedio de la vejez ha logrado ponerle un cerco final.


Large Interior W9

Large Interior W9 es un escenario na­rrativo simbólico. La madre del artista está sentada en un sillón ubicado en un primer plano y en el centro del cuadro. Su mirada, como siempre, parece vuelta hacia su inte­rior. Pero no se encuentra sola; detrás de ella, en un segundo plano, hay una cama en donde yace de espaldas una mujer joven y desnuda, con los brazos doblados bajo la cabeza y la vista perdida hacia el techo de la habitación. En el suelo, debajo del sillón en donde está Lucie, puede verse el cuenco de un mortero y su mango. En el fondo del mortero hay una materia oscura a medio machacar. La mujer vieja y de piel arruga­da que mira para adentro y la joven detrás de ella, con su piel fresca y lisa, que mira hacia fuera conforman un contraste inten­samente sugestivo lleno de connotaciones simbólicas. Por si eso fuera poco, el morte­ro que hay debajo del sillón agrega otro elemento cargado de simbolismo. Toda la escena es un relato acerca de la vida y los sentimientos finales de Lucie.

DESNUDOS MASCULINOS
Rodin en bronce, Courbet en óleo y Durero en grabado pres­taron especial atención a la vulva, pero nada se aproxima al abundante e intenso es­crutinio de penes y escrotos realizado por Freud en sus pinturas. La primera pintura que Freud realizó de un hombre desnudo, Naked Man with a Rat (1977)
, causó alar­ma y ansiedad en sus seguidores. El mode­lo está recostado en un sofá con las piernas abiertas y sostiene en su mano una rata. Hubo críticos que escribieron que el animal amenazaba la "masculinidad" del modelo, aunque en realidad la rata no presta aten­ción a su pene sino que mira en dirección contraria. Hoy se sabe que la rata tuvo que ser sedada con tranquilizantes para que se mantuviera quieta y no porque fuera una amenaza. Un crítico del Daily Telegraph dijo que el cuadro era "una de las imágenes más compulsivamente malvadas" que había visto en su vida.

En Naked Man with a Friend (1978-80) encontramos al mismo modelo, desnudo y sentado junto a un hombre mayor que él. Ambos parecen descansar. El hombre ma­yor, vestido y con los ojos cerrados, está re­costado a lo largo del sofá y mantiene una de sus piernas extendida sobre el muslo del joven. El modelo desnudo, con un codo en el respaldo del sofá, reclina la cabeza en su mano izquierda mientras su derecha toma el tobillo del hombre vestido.


Naked Man with a Friend (1978-80)

Nos encontramos nuevamente frente a una de esas "escenas" que Freud se com­place en componer. Pero esta vez no se trata de ningún relato autobiográfico ni de una composición simbólica. El cuadro, que a muchos resultó poco menos que perverso, adquiere tensión y genera ge­nialmente inquietud por el solo y simple hecho de crear una atmósfera de relajada sensualidad en un terreno hasta entonces prohibido. La ambigüedad del relato, al extenderse sobre la oscuridad del tabú, parece estar cargada de sugerencias y al mismo tiempo roza un límite en donde la sugerencia, sin embargo, puede muy bien no serlo. Es una de esas pinturas de Freud en donde el sentido del tacto está mostra­do con una extraordinaria naturalidad. Y es que estamos creados para entender exactamente lo que el hombre más viejo siente con la presión de la mano del más joven, y lo que el más joven siente bajo el peso de la pierna del mayor a través de la tela de su pantalón. Hay una cotidiani­dad de animales relajados que retozan, propia de las parejas o de amigos que cultivaran una sensualidad sin tabúes, como ocurre, a diferencia de los varones, entre las mujeres. La atmósfera de la pin­tura es notablemente camaraderil en un sentido fuertemente físico y sensual, y sólo los prejuicios masculinos que han gobernado la crítica del arte hasta hace muy poco pueden justificar el comentario de un crítico que dijo que esa atmósfera era esencialmente poscoital.

DESNUDOS FEMENINOS
Los primeros desnudos femeninos de Freud -Sleeping Nude (1950) o Girl in Bed (1952)- están aún embebidos de una dulce y serena idea­lización, pero también del espíritu "espía" con que Bellini o Degas pintaron a sus mo­delos como si observaran su intimidad a través del ojo de una cerradura.


El primer desnudo característico de la pintura madura de Freud fue Naked Girl (1966). La modelo, una relación íntima del pintor durante algunos años, fue la protago­nista de varias obras que han dado lugar a la controvertida fama de Freud como una especie de Drácula de la pintura. Al igual que en la mayoría de sus cuadros, en Naked Girl el modelo está enfocado desde arriba. Pero en este caso el ángulo es aún más acu­sado: la modelo yace en el suelo con los brazos abiertos, casi directamente debajo del espectador, iluminada por una potente luz focal y con una mirada dolorosa que no mira realmente hacia ninguna parte. La in­tensidad erótica de la pintura es equívoca y está provocada justamente por el enfoque o punto de vista del observador y del artista: la perspectiva de alguien que parece haber­se adueñado del cuerpo. Hasta la misma luz artificial, que quema los tonos interme­dios y acentúa los claroscuros, contribuye a acentuar la sensación de violencia posada sobre un cuerpo pasivo.


Naked Girl (1966)

Habría que esperar, sin embargo, a los desnudos de sus hijas Rose, Esther, y más tarde Bella en Naked Girl on a Red Sofa (1989-91) para encontrar el tono "sanguí­neo" en los cuerpos femeninos. Este últi­mo cuadro (cuya ejecución llevó tanto tiempo que Bella alcanzó a quedar emba­razada, tener su hijo, y volver a posar) es un típico ejemplo de la pintura matérica de Freud, con gruesas aplicaciones de pas­ta que aquí y allá parecen más bien "mol­dear el color" de la piel.


En 1993 el pintor conoció a la supervi­sora de una agencia de trabajo llamada Sue Tilley. La voluminosa mujer se convirtió en la modelo de una serie de cuadros que vol­vieron a causar conmoción y opiniones en­contradas en el público y la crítica. Cuando el primero de ellos fue mostrado en White­chapel Art Gallery muchos lo encontraron repelente y difícil de entender. A él le si­guieron otros, pero en todos ellos las gran­des formas redondas y fláccidas de la mo­delo parecen adueñarse del espacio. En Be­nefits Supervisor Sleeping (1995) la super­visora duerme profundamente en un sillón y allí su cuerpo parece literalmente fundir­se y a la vez crecer y desbordarse como una masa de pan puesta a leudar en una horma.


Be­nefits Supervisor Sleeping (1995)

Al mismo tiempo que un quiebre definitivo con todo idealismo o estereotipo de belleza femenina en la pintura, los des­nudos de 'Big Sue' (como se la llama cari­ñosamente) le han ofrecido a Freud la posi­bilidad de extender su mirada implacable hacia un más amplio y rico escrutinio de la carne humana. En plena vejez escribe así una página aún en blanco en la historia del desnudo. La vitalidad creativa de este octogenario no deja de sorprender al público con nuevas muestras de una estética tan mórbida como irreverente. >>volver a la portada